miércoles, 2 de marzo de 2011

El Valle de los Reyes

Un apartado lugar como última morada real egipcia

Abierto entre las montañas tebanas, un apartado valle esconde en las entrañas de sus laderas, los sepulcros de los faraones...



Los faraones del Imperio Nuevo escogieron un discreto valle de las orilla occidental de Tebas como lugar de su último reposo. Aquel lugar era conocido como Ta Sejet Áat (la gran pradera), pero Champollion en su único viaje al país del Nilo, lo bautizó como el Valle de los Reyes, al traducir la expresión Uadi Biban el Moluk (El Valle de las Puertas de los Reyes).

La elección de este lugar no fue hecha al azar, sino que seguía la costumbre religiosa de ubicar en el horizonte occidental el reino de los muertos. Este carácter funerario estaba reforzado por la situación cercana al valle, de una montaña que era similar a la de una pirámide. Esta montaña recibía el nombre de El-Qurn, y daba al entorno una imagen parecida a las tumbas de los faraones del Imperio Antiguo.

Aquel valle pudo ser en la más lejana antigüedad, el cauce de un río y su curso se bifurca en dos ramas, la occidental denominada Valle de los Monos, por la representación de doce monos en la tumba del faraón Ay (1337-1333 a.C.), zona en la que solo se han podido catalogar 4 tumbas y la principal o Valle de los Reyes en el sector oriental, con la mayor parte de las tumbas catalogadas (sobre unas 58 en total). Las sepulturas del Valle de los Reyes, han recibido la calificación de dos letras o siglas “KV” seguidas de un numero, que significan en inglés, Kings Valley.

La seguridad del descanso de los monarcas egipcios

Este apartado valle proporcionaba a los regios cadáveres, un sosegado descanso y se conseguía una seguridad extraordinaria, ante los intentos de los profanadores de sepulturas, ávidos de robar las riquezas que estas atesoraban.
Existía un cuerpo de vigilancia especial de policía, el denominado Medyai, que de manera implacable castigaba con la muerte, a cualquier ladrón de tumbas que fuera sorprendido.
Por otra parte, estaba la diosa-cobra local Meretseger, denominada también “La que ama al silencio” que era la encargada de velar simbólicamente por la seguridad de las necrópolis del Valle. Además, a la entrada de este, se encontraban los enormes y temidos Colosos de Memnón, que parecían proteger la entrada al lugar y disuadir a los posibles saqueadores.

El fundador del Valle de los Reyes en el país del Nilo

Amenhotep I, hijo del faraón Amofis y de la reina Nefertari, fue el artífice de la renovación de las costumbres funerarias reales egipcias, que habían sufrido pocas modificaciones desde el Imperio Antiguo. Merced a esta circunstancia, existen escritos sobre su divinización como dios celeste.
Gracias a la elección del Valle de los Reyes por parte de Amenhotep I, cuya tumba aún no ha sido encontrada, se cambió el concepto de complejo funerario que se tenía hasta el momento. De esta manera la tumba real se separaba del templo, y este se construyó cerca de la orilla del río o en otro lugar cercano.
El concepto de estructura de las tumbas fue variando a lo largo de los siglos. Las plantas mortuorias seguían dos modelos: el de la Dinastía XVIII en forma de ángulo recto y el de la Dinastía XX de tipo rectilíneo. En ambas circunstancias el sarcófago se solía situar en la sala más profunda, y todas las paredes del recinto funerario, se decoraban con abundantes pinturas alegóricas.

El descubrimiento de las tumbas en el Valle de los Reyes

Poco a poco, la llegada paulatina de viajantes y exploradores europeos a partir del siglo XVIII d. C., significó un florecimiento de toda la zona que ocupaba el valle. Investigadores y dibujantes llegaron a aquel paraje y el resultado de aquel disperso trabajo, quedó reflejado en diversos estudios y dibujos.
De entre ellos, destaca el inglés David Roberts, que durante su viaje a Egipto en 1839, realizó una serie de extraordinarias láminas que ilustraron al mundo, sobre las portentosas peculiaridades del Valle de los Reyes.
De manera casi sigilosa, habían comenzado los trabajos de desentrañar los secretos que los faraones se habían llevado consigo a la tumba. Todo este trabajo culminó cuando en 1922, Howard Carter, logró descubrir y abrir la única tumba intacta del lugar: el hipogeo del faraón Tutankamon.

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